Debo iniciar este texto señalando que me congratuló mucho recibir la invitación de Margarita Zorrilla para comentar la obra de Javier Murillo, La investigación sobre eficacia escolar, en el marco del VIII Congreso Nacional de Investigación Educativa. El Congreso es un espacio de reunión y encuentro de investigadores desde luego, pero también de muchos actores educativos –docentes de todos los niveles, directivos, funcionarios- para los que estaba –y estoy- segura de que esta obra resultaría de gran interés.
Enfrentada a la tarea lo primero que me plantee fue una pregunta: ¿con qué perspectivas abordar la lectura de la obra para hacer los comentarios a ella? La pregunta me pareció pertinente porque como bien sabemos todos, toda obra admite un sinnúmero de lecturas, aún tratándose de un mismo lector; en mi caso, veía al menos tres posibilidades:
- Como investigadora de la educación en general, y como aspirante a investigadora de la eficacia escolar en particular, por lo que constituye como es evidente, la materia y objeto de la obra de Javier Murillo.
- Como profesora de metodología de investigación y formadora de nuevos investigadores de la educación, porque el acercamiento simultáneo que el autor realiza a las dimensiones teórica y metodológica del campo de investigación sobre la eficacia escolar ofrece un material de indudable riqueza para abordar temas tan áridos como el de la traducción de los conceptos a indicadores empíricos o el control de variables en el diseño de investigación, por sólo ilustrar dos posibilidades en este terreno.
- Como participante junto con otros, en los esfuerzos de nuestro país por evaluar la calidad del sistema educativo mexicano para su mejora.
Finalmente me percaté que la lectura de esta obra –en este momento particular porque ya conocía la versión aún sin publicar de la misma- me resonó en dos sentidos:
Por un lado, me remitió a una experiencia personal de investigación que concluí hace varios años y a la que titulé “Un acercamiento a la calidad de la educación primaria en Aguascalientes desde la perspectiva de la efectividad escolar”. Una parte de este trabajo dio posteriormente lugar a un artículo que elaboré a petición del propio Javier al que titulé: “Bordando en torno a la eficacia escolar: un estudio sobre calidad de la educación primaria en Aguascalientes, México”. Acercamiento –o aproximación- bordando en torno… no son términos casuales, expresaban mi convencimiento de que ese trabajo NO era, en sentido estricto, un estudio de eficacia escolar –aunque comparta, ciertamente, algunas de las características de éstos. La lectura de la obra de Javier, me hace ver, ahora –y realmente ahora, cuando el compromiso de hacer estos comentarios me obligó a una lectura más reflexiva de la misma-, en qué sentido y con que alcances y limitaciones, mi propio estudio forma parte de ese diverso y enorme conjunto de trabajos de investigación que aspiran a identificar qué es lo que hace “que una escuela funcione” para lograr sus objetivos fundamentales.
Por otro lado –el segundo sentido en el que la lectura de La investigación sobre la eficacia escolar me resonó-, me situó en el momento actual y en el esfuerzo en el que participo desde el organismo para el cual trabajo –el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación-. El INEE aspira a evaluar la calidad del sistema educativo mexicano y de sus grandes subsistemas; reconoce que la importancia de los resultados educativos en cualquier esfuerzo serio de evaluación de un sistema educativo no puede minimizarse, pero advierte también que no debe perderse de vista el lugar de los insumos, los procesos y los elementos del contexto, ni el ámbito concreto en que todos éstos se expresan y materializan, esto es, las escuelas.
Desde esta segunda perspectiva, es natural que un campo de investigación como el de la eficacia escolar sea obligado, pertinente y sugerente. Esta apreciación, no es, en mi caso personal, producto de la lectura de la obra de Javier; es decir, no es apenas ahora que descubro el potencial de la eficacia escolar para la evaluación de las instituciones educativas. Sin embargo, a diferencia de otras lecturas que fundamentaron esa apreciación, esta obra realmente ayuda a tener una visión de conjunto, ordenada y sistemática, analítica y propositiva y casi exhaustiva, sobre los temas, las épocas, los hitos, las insuficiencias, las críticas, y en fin, los desafíos que enfrenta el campo ya sea que el interés sea estrictamente investigativo o esté ligado a intenciones de mejora, o bien, a la aspiración de evaluación –que al menos en nuestra óptica debe estar asociada a la anterior, a la búsqueda de mejora.
Bien, la obra que ahora comentamos –dice el autor- “ofrece una revisión del estado de la cuestión de la investigación sobre eficacia escolar. Sin llegar a ser exhaustiva, sí que ha pretendido ser lo más completa posible, de tal forma que pueda servir para cualquier persona interesada en este tema”. Es –también en sus palabras- “una imagen global y ponderada de ‘lo que se sabe sobre eficacia escolar’ ya que resulta necesario, en estos momentos del desarrollo de este movimiento de investigación, contar con una panorámica general en castellano de la historia, la metodología y las aportaciones más relevantes”.
Me remito pues a mi experiencia personal para dejar constancia de lo enormemente útil que hubiera resultado contar con una obra así cuando realicé mi propia investigación en el marco de la eficacia escolar. Empecé en 1994, apenas un año y medio después de haber reencauzado mis intereses de investigación hacia la educación básica y su calidad, con un proyecto bastante impreciso que únicamente alcanzaba a formular la intención de “explorar los factores asociados al aprovechamiento escolar”… recuerdo mis primeras lecturas, identificadas y elegidas desde descriptores tales como “evaluación de la educación”, “calidad de la educación”, “aprovechamiento escolar”, “factores asociados al aprovechamiento”; recuerdo mi sensación de que nada aportaría a los estudios ya producidos en el país, si no precisaba más mis preguntas y objetivos de investigación; recuerdo el momento en que logré establecer mi interés en estudiar, en particular, la contribución de los factores escolares al aprovechamiento.
Este fue mi propio hito: como digo en el informe final del estudio, “la decisión de privilegiar los factores escolares llevó a precisar como un concepto clave de búsqueda de información bibliográfica el de efectos escolares; a su vez, éste me remitió casi de manera inmediata al concepto de efectividad escolar…”. Y con ello un mundo se abrió ante mí: un mundo rico, sugerente, estimulante, el de los factores de la efectividad escolar (porque así fue como traduje, literalmente, el descriptor “school effectiveness”; veo, por lo demás, que a los autores anglosajones parece darles lo mismo hablar de effectiveness o efficacy… las distinciones finas, son más de nuestra cosmovisión). Un mundo se me abrió –decía- pero a mí me faltaban elementos conceptuales y metodológicos que me permitieran ver críticamente y en forma más amplia y exhaustiva lo que caracterizaba al campo: sus avances y sus retos; las preguntas satisfactoriamente abordadas y las que en ese momento o ahora, siguen constituyendo desafíos del campo a la vez que ofrecen vetas ricas de investigación ulterior. Por todo ello y remitiéndome como es evidente a mi propia historia profesional, no puedo dejar de pensar que, en su momento, bien me hubiese venido tener una obra como ésta que ahora nos ofrece Javier Murillo.
¿Por qué? Porque es una obra efectivamente muy completa, que recupera en forma ordenada, sistemática y analítica la historia del movimiento en un balance equilibrado que da cuenta de las posturas tanto de sus defensores como de sus detractores, así como de las concepciones que el propio autor ha ido construyendo, en su propia experiencia como hacedor y teórico de la eficacia escolar. Javier nos lleva –una vez conceptualizado el objeto de estudio- en primer lugar por una revisión histórica de la investigación sobre eficacia escolar; una revisión histórica que establece claramente y después de sopesar distintas opciones, los criterios que habrán de guiarla; posteriormente nos ofrece un recuento de la experiencia española en la materia, mucho menos abundante que la de los países anglosajones, pero lo suficientemente significativa para ser relatada y para ser analizada con particular atención desde nuestros propios países, por su mayor cercanía a nuestra propia realidad.
Javier también dedica un capítulo de su obra al tema metodológico, dando cuenta principalmente de los enfoques generales desde los que se ha desarrollado la investigación sobre eficacia escolar y de las técnicas de análisis que se han aplicado, generalmente limitadas hasta antes de la adopción de los modelos multinivel. A pesar de la aridez de algunos de sus contenidos, este capítulo es excelente para –desde esa segunda lectura que decidí no hacer pero que sin embargo surge de forma inevitable- organizar un curso sobre metodología de investigación; combinado con el siguiente –titulado “Los efectos escolares: estimación de su magnitud y análisis de sus propiedades científicas”-, podemos redondear nuestro material de trabajo: el efecto escolar –dice el autor- “es la capacidad de los centros docentes para influir en los resultados de sus alumnos” –en una definición más operativa es “el porcentaje de variación en el rendimiento de los alumnos debido a las características procesuales del centro en el que están escolarizados”-… , pero, ¿de qué magnitud son estos efectos? ¿En qué medida contribuyen a la explicación del rendimiento de los alumnos? ¿En qué medida son consistentes los efectos escolares si consideramos diferentes medidas de rendimiento? ¿Son estables en el tiempo, es decir, un centro que es eficaz en un momento dado, lo sigue siendo en uno posterior? ¿Los efectos escolares son iguales o diferentes para distintos grupos de alumnos?... Estos son los temas que el autor aborda en este capítulo, y creo que es evidente porque me parecen apropiados para un curso de formación metodológica.
La obra incluye un nuevo esfuerzo de sistematización –la aportación de Javier- que sintetiza, integra y elabora su propuesta sobre los factores de eficacia escolar. Se completa con un capítulo dedicado a presentar algunos modelos de eficacia escolar que tratan de avanzar justamente en una de las direcciones críticas del campo: la ausencia de teorías que expliquen la realidad bajo estudio y ayuden a orientar la acción. Finalmente, y por si no hubiesen sido suficientes las valoraciones, apreciaciones y llamadas de atención del autor a lo largo de los capítulos precedentes, la obra cierra con el titulado “Críticas, aportaciones y retos del movimiento de eficacia escolar”. Creo que no tengo que agregar nada más para que compartan conmigo lo que he dicho unos minutos antes: que bien me hubiera venido tener una obra así cuando incursioné en este complejo pero apasionante mundo de la investigación sobre eficacia escolar.
¿Qué decir desde mi segunda lectura o desde la labor profesional que ahora realizo? Evaluar a la escuela… ¿De qué se trata? ¿De documentar lo que diferencia a las escuelas cuyos alumnos obtienen buenos resultados en comparación con aquellas que –en su contexto- obtienen malos resultados? ¿De comparar la realidad de las escuelas con una serie de parámetros que nos permitan hacer, en sentido estricto, evaluación? El discurso sobre eficacia escolar es tentador: si sabemos lo que caracteriza o lo que está presente en las escuelas que logran sus propósitos fundamentales (el desarrollo integral de los alumnos a los que atienden), ¿no será posible evaluar a escuelas concretas de acuerdo a esos referentes convertidos en parámetros? Los factores de eficacia escolar –ésos que Javier identifica consistentemente presentes en todas las revisiones de literatura-, y que no puedo evitar mencionar: metas compartidas, consenso, trabajo en equipo; liderazgo educativo; clima escolar y de aula; altas expectativas; calidad del currículo y estrategias de enseñanza; organización del aula; seguimiento y evaluación; aprendizaje organizativo y desarrollo profesional; compromiso e implicación de la comunidad educativas y, finalmente, recursos educativos –factor, expresamente añadido por Javier a la luz de su importancia en “países en desarrollo”-; decía, los factores de eficacia escolar, ¿no pueden constituir el marco para el diagnóstico y la evaluación de las escuelas? Las cosas no son tan sencillas; como sabemos claramente, no podemos ver a la escuela fuera de contexto pues éste determina en forma importante sus posibilidades de acción; por otro lado, lo que en unas escuelas funciona, no es necesariamente lo mismo que funciona en otras.
A la base, hay también otra cuestión fundamental: ¿qué entender por una buena escuela? ¿Qué entender por una escuela eficaz? Javier nos ofrece la definición que elabora después de analizar minuciosamente varias precedentes: “Una escuela eficaz es aquella que consigue un desarrollo integral de todos y cada uno de sus alumnos mayor de lo que sería esperable teniendo en cuenta su rendimiento previo y la situación social, económica y cultural de las familias”. Definición aparentemente sencilla que sin embargo tiene profundas implicaciones metodológicas para el diseño de cualquier aproximación a las escuelas –sea investigación o sea evaluación- que aspire a ser válida, confiable y objetiva.
El tema de los factores de eficacia plantea también sus propios retos; marcos tan omnicomprensivos como éste son –como ya decía- sugerentes y potentes: nos señalan múltiples direcciones hacia dónde es posible voltear la mirada; sin embargo, me parece que el riesgo presente es el del acercamiento superficial a la medición de los factores y la dificultad de erigirlos en parámetros de evaluación, habida cuenta de que, el campo de la eficacia escolar se ha desarrollado particularmente en contextos sociales y educativos muy diferentes al de nuestro país. Esto no constituye ninguna novedad; en muchos otros campos el mayor desarrollo de la investigación anglosajona exige un esfuerzo consciente y sistemático por adaptarlos a nuestra propia realidad; sin embargo, es necesario no perderlo de vista.
Por otro lado, la importancia de la escuela en ese nivel en que la aborda la investigación sobre eficacia escolar, el de la institución “en su conjunto”, no debe llevar a minimizar lo que el propio Javier advierte en su obra: la importancia mayor del nivel del aula y lo que con esa óptica se ha desarrollado como un campo específico –tan vasto y sugerente como el de la eficacia escolar-, el de la eficacia docente. Campo, por cierto, que resulta quizá más polémico para orientar esfuerzos de evaluación, por cuanto el nivel del aula multiplica la diversidad de contextos específicos –ya no sólo los contextos sociales y propiamente escolares al nivel de la institución en su conjunto, sino también los definidos al menos por materias y disciplinas particulares, pero seguramente por una gama más amplia de factores-.
Las dificultades, sin embargo, no son sino llamadas de atención; señales a atender si se aspira a diseñar experiencias de evaluación del sistema educativo y de sus instituciones y sus actores, sustentadas en la investigación sobre eficacia escolar. La obra de Javier Murillo ofrece un sinnúmero de elementos en los que un esfuerzo de esa naturaleza se puede basar; se agrega a la vasta literatura que sobre el tema existe, pero con ese valor agregado que supone la lectura crítica, inteligente, reflexiva y propositiva que él ha realizado de prácticamente todo lo que se ha escrito sobre eficacia escolar en el mundo, y su integración sistemática y ordenada en su propia contribución a este apasionante campo de investigación.