El contenido de esta página requiere una versión más reciente de Adobe Flash Player.

Obtener Adobe Flash Player

El contenido de esta página requiere una versión más reciente de Adobe Flash Player.

Obtener Adobe Flash Player

El contenido de esta página requiere una versión más reciente de Adobe Flash Player.

Obtener Adobe Flash Player


¿Y después de PISA qué?

El pasado 7 de diciembre tuvo lugar la presentación pública de los resultados de la última edición del estudio PISA, correspondiente a 2009. No es la primera vez que un acto así se realiza, como es sabido, pero sí la primera tras haberse completado un ciclo entero del programa. Es decir, los estudios trienales, comenzados en el año 2000, han vuelto nueve años después al punto de partida, situando en el lugar central la evaluación de la competencia lectora de los jóvenes de quince años y tomando como complementarias la competencia matemática y la científica. Ello permite analizar con rigor el progreso producido durante los nueve años transcurridos, lo que constituye una novedad importante.

No hace falta insistir en la relevancia que PISA ha adquirido a escala internacional. Aunque son pocos los países iberoamericanos pertenecientes a la OCDE, son muchos más los que participan en el estudio. Si bien su número no ha llegado a alcanzar la cifra de los países implicados en el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación, no han cesado de aumentar desde el año 2000. En esto, Iberoamérica no escapa a lo que sucede en todo el mundo ni al creciente interés manifestado por la comparación internacional de los resultados de la educación.

Los resultados de PISA se han convertido en noticia de portada en cada ocasión en que se han hecho públicos y esta vez no ha sido una excepción. Durante unos días han proliferado las referencias a ellos en todos los medios de comunicación. Y por algo más de tiempo aparecerán comentarios en las columnas de opinión, en los programas de debate e incluso en las tertulias radiofónicas o televisivas. No cabe duda de que se han convertido en un interesante material de comunicación.

Aunque no pretenda detenerme en este aspecto, no quiero dejar de manifestar de pasada mi inquietud por el bajo nivel que habitualmente vienen exhibiendo muchos periodistas y comentaristas que hablan de PISA. Es desgraciadamente común oír hablar, por ejemplo, de “suspensos” de los países cuando éstos se sitúan por debajo de la media, o de “mediocridad” cuando rondan su entorno. Un suspenso es lo que deberían recibir quienes emiten tales juicios, exhibiendo un desconocimiento importante no sólo de la estadística elemental, sino incluso de la redacción del propio informe. No se sabe quién “suspende” más en comprensión lectora, si los alumnos de quince años evaluados, los países a que pertenecen o los periodistas que leen tan superficialmente la rica información suministrada.

Centrándonos en las aportaciones de PISA y yendo más allá de su aspecto puramente mediático, hay que subrayar el impacto que el programa ha ejercido y ejerce en los estudios comparativos de la educación y en el análisis de los sistemas educativos. La influencia ha sido tan importante que difícilmente podemos hablar hoy de la situación de la educación en uno u otro país haciendo abstracción de la información aportada por los estudios de evaluación del rendimiento. Pueden gustarnos más o menos, podemos criticar su concepción o el uso que de ellos se hace, podemos objetar el reduccionismo que alimentan acerca de realidades tan complejas y multidimensionales como la calidad de la educación, pero no podremos negar el impacto que ejercen ni mucho menos ignorarlos.

Para los lectores de una revista como REICE, el estudio PISA constituye un material de gran valor. Durante los últimos años han ido apareciendo trabajos y publicaciones interesantes basados total o parcialmente en sus datos. El nivel de sofisticación de los análisis ha ido aumentando paulatinamente y debemos felicitarnos por ello. Estudios como PISA, SERCE, TIMSS o PIRLS han incorporado dimensiones y miradas nuevas en el análisis de los sistemas educativos, que definitivamente lo enriquecen. El rigor y la profundidad son requisitos fundamentales para hacer un buen uso de tales instrumentos, pero el interés de los datos aportados es indudable más allá de los riesgos que su uso implique.

Por ese motivo, la pregunta que a muchos se nos plantea es la de qué hacer con los datos de PISA una vez publicados y conocidos, esto es, cómo integrarlos mejor en nuestro análisis acerca de la mejora de la educación. Es una pregunta que no tiene una respuesta evidente, ni mucho menos tan trivial como la que a veces se da.

En primer lugar, no cabe duda de que realizar estudios de este tipo no soluciona por si mismo los problemas detectados. Sabemos bien que la evaluación no es una panacea, no cura todo, ni tampoco lo hace con su simple presencia. Es necesario evaluar para conocer mejor cómo funciona nuestra educación y qué resultados logra, pero la evaluación debe ir seguida por actuaciones, por otro tipo de medidas, si quiere contribuir a la mejora. Por lo tanto, no podemos esperar que la simple difusión de los resultados más visibles de PISA resuelva nuestros desafíos educativos. La cuestión acerca de qué contribuye a la mejora es hoy en día más relevante, si cabe.

En segundo lugar, la evaluación tiene una indudable dimensión política, no es una operación puramente técnica. Al definir qué evaluamos y cómo lo hacemos, tomamos decisiones importantes sobre la relevancia de los aspectos y dimensiones que sometemos a estudio. Dicho de otro modo, otorgamos significación a determinadas parcelas de la realidad que estudiamos. Por ese motivo, los investigadores y evaluadores no podemos abstraernos de esa dimensión, con la excusa de que nuestro trabajo es profesional y se rige por el método científico. Hay que ser conscientes de la influencia política que ejerce nuestro trabajo y obrar en consecuencia. Y ello nos obliga también a actuar con respeto a las reglas de un comportamiento democrático y ético.

En tercer lugar, la información suministrada por PISA es muy valiosa, pero no agota la que necesitamos para analizar rigurosamente la realidad de la educación. En consecuencia, debemos aprender a combinar distintos métodos e instrumentos de análisis y a desarrollar estudios  complejos. De nada sirven los datos de PISA para tomar decisiones de mejora si no tomamos en consideración el impacto que ejercen algunas realidades como la formación y el trabajo de los docentes, sobre los que ese estudio no nos aporta mucho. Por lo tanto, tendremos que afrontar nuevos tipos de estudios que combinen información procedente de diversas fuentes para adentrarnos mejor en el análisis de los sistemas educativos.

En suma, PISA es un instrumento muy valioso para conocer mejor nuestros sistemas educativos. Por ese motivo, nos puede ayudar a diseñar acciones y programas de mejora. Pero para cumplir las promesas que encierra, hay que plantearse qué hay más allá de los datos, por interesantes que sean. La comunidad investigadora tiene ante si un reto importante para trascender la superficie de los datos. Nuestra contribución a la mejora de la educación nos exige una actitud inquieta, curiosa y abierta al cambio. Esperamos que sepamos dar la respuesta correcta.

Descargar en PDF